Regresando de Cuba



Un viaje a Chile, Venezuela o México es un viaje a un país vecino. Un viaje a Papua Nueva Guinea, a Suazilandia o a Camboya es un viaje a un país exótico.

Un viaje a Cuba es algo más: es como ir a otro planeta.Y tengan por seguro que cuesta bastante volver de tan lejos.

¿Cómo hacer para no quedarse allí para siempre, subyugado con los ojos felices de los niños, los únicos verdaderamente privilegiados? ¿Cómo hacer para no emocionarse ante cada muestra de dignidad? ¿Cómo hacer para no quedarse allí para siempre, limpio de la contaminación visual de neones, marcas y propagandas, a salvo de la hipocresía de la publicidad y la incitación al consumismo más banal? ¿Como se hace para desprenderse de todo eso?



Cuando pasan los días y uno se va acostumbrando a Cuba, comienza a sentir una sensación de bienestar, una paz interior formidable. No creo que exista una palabra para definirlo, sería algo así como el antónimo del estrés.

Es la ausencia de vacío. Es tan difícil de explicar como eso, la ausencia de algo que es por definición una ausencia, pero que en este planeta, el de acá, es una ausencia tan poderosa como omnipresente: el vacío. La necesidad de poseer. La necesidad de tener antes que de ser. El encontrarle a todo una ventaja, y si no la tiene, pues no se hace.

Pero en Cuba hay carencias importantes, que también llaman la atención. Cuba es la carencia de mendigos. La carencia de gente durmiendo en la calle. La ausencia de chicos sin rumbo drogándose en las noches. En síntesis, Cuba es la ausencia del desamparo. Es la tranquilidad de poder caminar por cualquier calle, a cualquier hora.
Es llamar a un timbre de una casa y que te dejen pasar al baño, “que un baño no se le niega a nadie, chico”.

Es la música sensual, penetrante, voluptuosa, atrapante, que marca el ritmo de vida de un (¿planeta?) distinto. Es muy difícil volver de allí. Mucho

extraido del blog: morirse debe ser dejar de caminar

0 comentarios:

Publicar un comentario